TOC TOC: la comedia que nos hace reír de nosotros mismos

Por David J. Rocha Cortez

Hay obras que regresan al escenario porque el público las reclama. TOC TOC, dirigida por Roberto Salomón y producida por el Teatro Luis Poma, es una de ellas. Desde su estreno en 2018, esta comedia del dramaturgo francés Laurent Baffie ha superado las cien funciones. En cada temporada, el público llena la sala y vuelve a reír con las mismas escenas que ya conoce, pero que nunca dejan de sorprender.

La historia es sencilla y a la vez profundamente humana. Seis personas con Trastornos Obsesivos Compulsivos (TOC) coinciden en la sala de espera de un famoso psiquiatra, el doctor Cooper. Mientras esperan su turno —que parece nunca llegar—, los personajes comienzan a conocerse, a irritarse y a descubrir que, a pesar de sus diferencias, comparten las mismas ansias de ser comprendidos. Lo que podría ser una situación trágica o melancólica se transforma, en manos de Baffie y de este elenco, en un espejo hilarante donde se reflejan nuestras propias manías, fobias y rarezas cotidianas.

El elenco que da vida a este grupo singular está conformado por Juan Barrera, Óscar Guardado, Naara Salomón, Dinora Alfaro, Patricia Rodríguez, Fernando Rodríguez y Susana Reyes. Cada uno aporta una energía distinta, pero todos se mueven en perfecta sintonía. En escena, la dirección de Salomón logra que el humor no surja del ridículo ni del exceso, sino de la precisión. La comedia se construye a partir del ritmo, del cuerpo, de las reiteraciones, del silencio y de la mirada compartida.

El espacio escénico, reducido a una serie de sillas y mesas, funciona como un laboratorio de gestos. Las obsesiones se traducen en movimientos repetitivos: Dinora Alfaro, con su personaje obsesionado con verificarlo todo, levanta el brazo una y otra vez con un rigor casi coreográfico; Naara Salomón encarna la tensión de una mujer que teme contagiarse de todo; Patricia Rodríguez repite frases con una exactitud que provoca ternura y risa; mientras que Fernando Rodríguez se arriesga físicamente un poco más y camina sobre las sillas para no tocar las líneas del suelo. Cada tic, cada gesto, cada reiteración, se vuelve un signo que el público aprende a leer con complicidad y espera para detonar la comicidad.

Sin embargo, los momentos de quiebre recaen en dos personajes que sostienen la columna vertebral del ritmo escénico. Alfredo, interpretado por Juan Barrera, un hombre con síndrome de Tourette que no puede contener sus impulsos verbales; y Camilo, el taxista aritmomaníaco encarnado por Óscar Guardado. Entre ambos surge una relación inesperada que marca el tono del espectáculo y es que aquí, también, la comedia se vuelve encuentro, y la risa se convierte en una forma de ternura.

Más allá del humor, TOC TOC propone una reflexión profunda sobre la convivencia y la empatía. En una sociedad donde las diferencias suelen estigmatizarse, esta obra nos recuerda que todos, en mayor o menor medida, vivimos con nuestras propias obsesiones, rutinas o miedos. La escena nos devuelve la posibilidad de reconocernos en los otros, de entender que la salud mental no es un tema ajeno, sino parte de la condición humana.

Vale la pena detener en la idea de comedia, pues es un término que suele malinterpretarse. En términos teatrales, la comedia no se define por la simple búsqueda de la risa, sino por la construcción de una mirada crítica sobre la condición humana. Es un género que combina precisión rítmica, tempo escénico y observación aguda del comportamiento social. Su eficacia depende tanto del dominio corporal y vocal del actor/actriz como de la capacidad de la dirección para sostener el tono y la tensión entre lo cómico y lo trágico.

En TOC TOC, la risa no es un fin, sino un medio para revelar nuestras fragilidades cotidianas. Reírnos de las obsesiones y manías que nos habitan no las borra, pero sí permite reconocerlas sin culpa, desde una distancia afectiva. La comedia, en ese sentido, actúa como un mecanismo de liberación, pues convierte la rigidez del síntoma en movimiento, y transforma el malestar en una forma compartida de comprensión.

El éxito sostenido de esta obra —más de cien funciones a sala llena— revela algo importante sobre el público salvadoreño. Y es que necesitamos espacios para reír y, al mismo tiempo, para pensar. En un contexto donde hablar de salud mental todavía es un tabú, el teatro abre una conversación urgente desde la empatía y el humor. No hay discurso moralizante, ni diagnósticos, ni recetas, solo cuerpos en escena que se atreven a mostrar la fragilidad que todos compartimos.

TOC TOC nos recuerda que la risa tiene una potencia vital. Abre un espacio de comunión donde el cuerpo individual se transforma en cuerpo colectivo. En el teatro, reír no significa escapar de la realidad, sino participar en ella desde otro lugar. La risa funciona como una catarsis compartida, es decir una explosión de emociones que nos permite soltar la rigidez, mirar con distancia lo que duele y reconocernos en los otros.

La comedia no se limita a divertir, sino que actúa sobre la sensibilidad del espectador. Cada carcajada construye una forma de reconocimiento mutuo. La risa colectiva desarma jerarquías, suspende los juicios y genera un territorio común donde todos respiramos al mismo ritmo. En ese instante, lo que parecía individual se vuelve experiencia compartida.

Cuando los personajes de TOC TOC logran verse más allá de sus obsesiones, el público también se refleja en ellos. Esa risa que nace de lo absurdo o de lo torpe es, en el fondo, una forma de empatía. Reír juntos, en tiempos marcados por la prisa o la ansiedad, se convierte en un gesto profundamente humano. El teatro nos devuelve, por un momento, la certeza de no estar solos. Y salir del teatro más livianos no es solo un alivio, sino una manera de regresar al mundo con el ánimo renovado.

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