Inventario de pérdidas: travesía poética de Moby Dick Teatro

Por David J. Rocha Cortez

Hablar de Moby Dick Teatro es hablar de persistencia. Desde su fundación hace veinticinco años, la agrupación se ha mantenido de manera ininterrumpida sobre los escenarios salvadoreños. En un país donde la fragilidad de los proyectos culturales suele marcar la pauta, sostener un grupo con diecisiete espectáculos estrenados constituye un acto de resistencia. La constancia de Moby Dick no es únicamente una cuestión de permanencia en el tiempo: cada una de sus obras ha dialogado con los contextos sociales, políticos y emocionales del país. Su dramaturgia se caracteriza por un humor negro que nunca renuncia a la risa, por la fuerza de una palabra poética que trasciende lo cotidiano y por la capacidad de establecer una comunicación directa con las audiencias. En sus funciones se siente la complicidad de quien reconoce que lo dicho en escena tiene resonancia inmediata en la vida fuera del teatro.

En esta línea de continuidad se inscribe Inventario de pérdidas, la más reciente producción del grupo, presentada en el marco del Acto III de la temporada 2025 del Teatro Luis Poma. Se trata de la sexta obra escrita y dirigida por Santiago Nogales, dramaturgo y director de la agrupación. Nogales ha consolidado una escritura que pone la memoria en el centro, siempre desde un registro que entrelaza lo doloroso y lo cómico, la nostalgia y la vitalidad. Con Inventario de pérdidas vuelve a plantear un teatro que, sin desprenderse de la sencillez escénica, logra abrir territorios simbólicos de gran densidad.

La presentación de Inventario de pérdidas adquiere un sentido especial al inscribirse en el Acto III de la temporada 2025 del Teatro Luis Poma. Este bloque ha estado marcado por un hilo conductor: rendir homenaje a las grandes actrices salvadoreñas. Semanas atrás se estrenó Epifanía de Reinas, que retomaba Noche de Reyes de Shakespeare con un elenco integrado exclusivamente por mujeres. Ahora, Moby Dick Teatro continúa esa línea con un montaje que vuelve la mirada hacia tres intérpretes cuya presencia en escena se convierte en declaración de principios. Como señalaba Roberto Salomón, ambos espectáculos celebran la trayectoria y la vitalidad de las mujeres que han dedicado su vida al teatro. En este caso son Mercy Flores, Dinora Cañénguez y Rosario Ríos quienes sostienen el espectáculo. Tres actrices que, desde sus propios recorridos y sensibilidades, nos muestran distintas formas de habitar un personaje y, a la vez, de habitar el teatro mismo.

La particularidad de Inventario de pérdidas radica en que esas tres técnicas diferenciadas de actuación —el gesto preciso, la palabra corporalizada, la vibración emocional— se unifican en el escenario. Lo que aparece ante el espectador es un tejido en el que no hay fronteras nítidas entre actriz y personaje. Mercy Flores construye su actuación desde un alto valor de la palabra: cada frase en su boca adquiere peso, claridad y resonancia, confirmándola como una maestra de la palabra actuada. Rosario Ríos, por su parte, sostiene su presencia en un trabajo corporal limpio y preciso, donde cada movimiento está medido y economizado con la justeza de lo esencial. Dinora Cañénguez opta por una interpretación interiorista, que la lleva a registros sensibles y desgarradores, desde los que conmueve con la intensidad de lo íntimo. En cada intervención se intuye algo de la historia personal de cada una, y a la vez los personajes adquieren un espesor que trasciende la individualidad. Es en esa doble condición —lo que se interpreta y lo que se vive— donde se juega buena parte de la fuerza del montaje.

Otro elemento que destaca es la presencia de Juan Carlos Berríos como músico. No se trata de un acompañamiento externo: su participación forma parte integral de la dramaturgia. El público no escucha solamente las notas que produce, sino que lo ve en escena, interactuando con las actrices, respirando con ellas, sosteniendo el ritmo de la obra. Su figura funciona como recordatorio de que el teatro, en su esencia, es encuentro: voces, gestos, música y silencios entrelazados en un mismo acto.

Podemos decir que Inventario de pérdidas se sitúa en el terreno del metateatro. El término alude a aquellas obras que ponen en evidencia el propio artificio teatral, que hacen del teatro su propio tema. Aquí vemos a las actrices hablar del oficio, reflexionar sobre lo que significa seguir en escena, mostrar la maquinaria del espectáculo y, al mismo tiempo, entregarse al juego de la ficción. La obra se convierte en un espejo que devuelve al público no solo una historia, sino también una reflexión sobre la práctica teatral misma.

En este sentido, la puesta en escena puede ser leída como la ars poética de Moby Dick Teatro. El término, de origen latino, remite a aquellos textos en los que un autor explicita su concepción del arte. En poesía, por ejemplo, una ars poética es el manifiesto que revela el modo de entender la escritura. Trasladado a la escena, el concepto nos permite comprender que esta obra encierra la esencia de la estética del grupo: los temas que lo atraviesan, el uso de la palabra poética, la exploración de distintas formas de actuación, la paleta cromática de sus vestuarios y escenografía, la musicalidad que acompaña cada gesto. Todo lo que ha caracterizado a Moby Dick a lo largo de su trayectoria aparece condensado en este montaje.

Inventario de pérdidas no es solo un recuento de lo que se ha ido perdiendo —el tiempo, las ilusiones, los afectos— sino también una afirmación de lo que permanece. El teatro aparece aquí como refugio, como memoria viva y como la posibilidad de seguir imaginando juntos. Lo que la obra revela es que, a pesar de las ausencias, siempre queda la fuerza de la palabra, la presencia de los cuerpos y el eco compartido con el público. Moby Dick Teatro celebra veinticinco años de travesía y lo hace mostrando que, en medio de todas las tormentas, sigue siendo posible levantar el velamen y continuar navegando. Su Inventario no se queda en la pérdida, sino que la convierte en materia poética para recordarnos que el teatro es, todavía hoy, un acto de vida, una pulsión vital.