Emocional-mente de Alicia Chong: el cuerpo como bitácora
Por David J. Rocha Cortez
Alicia Chong decide arrancar Emocional-mente sin telón, sin oscuridad y, sobre todo, sin ceremonias tradicionales. Todavía hay gente acomodándose en la sala de Teatro Luis Poma cuando la vemos avanzar entre las filas, saludando de mano, como si esa presentación íntima fuera la auténtica tarjeta de invitación a su universo. El desplazamiento es más que un gesto simpático: desarma de un plumazo la geometría frontal del teatro y convoca a la audiencia a participar de un relato en primera persona que saborea la honestidad cruda. Chong no viene actuar, viene a contarse. Con TDAH, dislexia y una vida marcada por la intensidad sensorial de quien procesa el mundo en clave estroboscópica, la actriz transforma la escena en una extensión de su biografía y la audiencia en coautora de ese proceso.
El texto de la obra aborda el TDAH y la dislexia como ejes centrales. Chong comparte relatos sobre los diagnósticos recibidos, las dificultades en ambientes escolares y la gestión de estímulos sensoriales. Estos elementos se presentan en un formato fragmentario -que emula la lógica de asociación de la mente hiperactiva- y combinan registros de crónica, humor y testimonio. La pieza no se apoya en una estructura lineal rígida, sino en un flujo de recuerdos conectados por la vivencia cotidiana.
Lo fascinante es la facilidad con la que convierte lo potencialmente dramático -el diagnóstico, las frustraciones escolares, la montaña rusa de estímulos- en combustible de humor. Nos reímos cuando describe las notas que nunca llegaron, o la imposibilidad de concentrarse en una sola tarea, porque la risa surge de la identificación antes que de la burla. Chong domina el arte del timing: cada broma disuelve la tensión justo a tiempo para que la siguiente confidencia entre sin filtros. Esa dinámica produce un efecto de sobremesa entre amigos, pero con una transparencia difícil de reproducir fuera del teatro. El público sonríe y, al mismo tiempo, siente que la risa no cancela la gravedad de lo narrado; más bien la hace respirable.
Más allá de la configuración dramática, Emocional-mente pone en primer plano la idea de la neuro-diversidad. Al exponer públicamente los diagnósticos y las estrategias de adaptación, la obra propone al público un ejercicio de reconocimiento: la diferencia cognitiva deja de ser una etiqueta médica para convertirse en un recurso narrativo. En este sentido, el arte aparece como un dispositivo capaz de traducir procesos personales en lenguajes compartidos, ofreciendo una vía de diálogo en contextos que suelen excluir a quienes no se ajustan a estándares convencionales.
En un entorno social donde las ideas de funcionalidad y normalidad tienden a unificarse, la propuesta escénica de Chong sugiere una alternativa. El cuerpo -con sus ritmos, saltos atencionales y modos de procesar información- se convierte en un registro vivo que invita a repensar las fronteras entre lo “funcional” y lo “anómalo”. Así, el espectáculo se configura como un espacio en el que la práctica artística puede transformar el estigma asociado a ciertos diagnósticos en una forma de presencia y afirmación.

A la salida, uno guarda la certeza de haber asistido a un ensayo vivo sobre la vulnerabilidad como acto político: contarse sin filtros, organizar el caos en voz alta, invitar a desconocidos a mirar las costuras y, de paso, a mirar las suyas. Emocional-mente es, en su estado actual, un puente poderoso entre escena y espectador. En el panorama teatral salvadoreño, la propuesta de Chong, puede convertirse en referencia del teatro autobiográfico que apuesta por la neurodivergencia como estética y no solo como tema. Pero incluso ahora, late como un recordatorio urgente: la identidad no es enfermedad que esconder, sino material creativo que, cuando se comparte, libera. Y ese gesto, tan simple como caminar entre la audiencia para decir aquí estoy, basta para justificar la experiencia.