Centroamérica ríe: Diez años de Stand Up y desahogo colectivo

Por David J. Rocha Cortez

Basta entrar al Teatro Luis Poma una noche cualquiera del Festival Centroamérica ríe para darse cuenta de que la risa, más que una reacción, es un evento colectivo. Las luces bajan, el micrófono se alza y, sin escenografía, una persona se planta ante el público con una sola herramienta: su voz. Es un riesgo medido al milímetro, una cuerda floja entre la observación aguda y el remate hilarante. Del 23 al 27 de julio, el escenario del teatro se convirtió en punto de encuentro para veinte comediantes de siete países —El Salvador, Panamá, México, Costa Rica, Guatemala, Colombia y España— en la décima edición del Festival Centroamérica ríe, producido por Grupo Caverna y ComediaES.

Diez años parecen poco cuando se trata de sostener un festival en Centroamérica. Más aún si se trata de uno dedicado exclusivamente al stand up comedy, un género que todavía encuentra resistencias, malentendidos y, a veces, una falta de reconocimiento como expresión escénica legítima. Sin embargo, Centroamérica ríe ha demostrado, año tras año, que el humor es una forma de hacer colectividad, de acercamiento entre humanos y de encontrar otras luces a lo que nos duele. Con funciones llenas, públicos diversos y una programación que reunió trayectorias consolidadas con nuevas voces, el festival reafirmó su apuesta: hacer de la comedia un espacio de libertad, crítica y comunidad.

Un micrófono y todo por decir: claves del stand up

Aunque cada comediante tiene su estilo, su ritmo y sus obsesiones temáticas, el stand up comparte ciertos rasgos que lo definen como género. Es, ante todo, una forma de monólogo escénico que parte de la experiencia personal, donde el comediante se presenta con un alter ego escénico y habla directamente al público. Esa cercanía —casi confesional— es parte de su fuerza: lo que se cuenta parece espontáneo, incluso improvisado, aunque detrás haya horas de escritura, ensayo y ajustes según la respuesta del público.

Un buen stand up no solo hace reír: construye una mirada sobre el mundo. Observa lo cotidiano —los absurdos de la vida en pareja, los traumas familiares, las contradicciones sociales— y los devuelve amplificados, deformados, pero reconocibles. En ese sentido, no se trata solo de contar chistes, sino de tejer una narrativa en la que el humor se vuelve una herramienta para procesar lo vivido.

Hay algunas claves para entender mejor este tipo de comedia. La primera es que no hay escudo: quien sube al escenario lo hace con el cuerpo, la voz y su historia. El riesgo es real. La segunda es que el stand up es profundamente contextual. Funciona porque se ancla en referencias comunes con el público: lo local, lo generacional, lo compartido. Un mismo chiste puede ser celebrado en un lugar y generar silencio en otro. Por eso, los festivales como Centroamérica ríe también funcionan como espacios de escucha mutua entre culturas distintas, con el humor como lenguaje común.

Por último, hay que entender que la risa es también una forma de empatía. Aunque el comediante hable de sí mismo, lo que pone en juego es una emoción colectiva. Nos reímos porque entendemos o porque, aunque no entendamos del todo, nos reconocemos en el absurdo.

Reír juntos, existir distinto

En una región marcada por múltiples desigualdades, la risa puede parecer un lujo. Pero quizás es justo lo contrario: una necesidad urgente. El humor tiene la capacidad de revelar verdades que otros lenguajes no logran decir sin consecuencias.

Durante las noches del festival, se escucharon historias de maternidades desbordadas, de precariedad laboral, de cuerpos no normativos, de vida urbana y de sobrevivencia cotidiana, entre muchas otras. La risa no canceló el dolor que esas historias contienen, pero lo volvió compartible. De pronto, lo que parecía individual se volvió colectivo. En ese instante, la sala de teatro no era solo un espacio de entretenimiento, sino un lugar de catarsis y de afirmación.

Reír —con otros— es, en sí mismo, un acto de comunidad. Nos permite romper el aislamiento, suspender por un momento la lógica del deber ser y abrir paso al juego, al desacato, a la posibilidad de ver el mundo desde otro ángulo. En sociedades donde las voces distintas aún buscan mayor reconocimiento, el humor abre caminos para la expresión y el diálogo. Centroamérica ríe no es solo un festival de comedia: es también una plataforma que celebra la libertad de pensamiento y la posibilidad de reírnos —juntos— de lo que a veces cuesta nombrar en serio.

Al cerrar el telón, queda un eco que no es solo de carcajadas. Es la sensación de haber compartido algo esencial. Porque cuando alguien se para en un escenario y convierte sus inseguridades en un chiste, nos está diciendo que la vulnerabilidad también puede ser potencia. Y cuando el público responde con una carcajada, confirma que no está solo.