Así-Calados: el gesto mínimo de seguir vivos

Por David J. Rocha Cortez

Una mujer avanza con gesto contenido iluminada tenuemente. Llega al borde del escenario y nos pregunta ¿qué día es hoy?, parece desconcertada, confundida. Sube al escenario y se iluminan dos sillas altas, un fondo blanco. Se sienta. Ahora se enciende la máquina de humo y en unión a la luz nos dibujan una especie de calle por donde entra un personaje masculino. Parece atravesar un umbral, ¿el recuerdo?, ¿la memoria?, ¿otro tiempo?. El espacio que habitan no es del todo identificable. Es una habitación suspendida en un tiempo que no se deja nombrar, un lugar que parece nacer entre cortinas, sombras, y recuerdos. La escena inicial de Así-Calados abre las puertas a un universo donde lo cotidiano se mezcla con lo fantástico, donde lo concreto -el acto de arreglarse, de ponerse una bata, de alisar el cabello- se vuelve tránsito pactado.

El espectáculo, escrito y dirigido por Dinora Alfaro, parte de una premisa singular: dos desconocidos llegan a un centro de belleza con el propósito de prepararse para su muerte asistida. A través del asicalamiento -ese ritual privado, casi íntimo-, ambos personajes van hilando sus historias de vida, descubriendo que los une más que el momento presente. Lo que en un inicio parece una coincidencia, se transforma, poco a poco, en una estructura de resonancias: memorias compartidas, heridas latentes, un pasado común que se desdobla y se revela.

El guion, ganador del primer certamen Bienal de Dramaturgia promovido por Fundación Poma y Teatro Luis Poma, se inscribe en una línea de escritura que apuesta por lo simbólico y lo poético. La pieza no avanza por giros de acción vertiginosos, sino por una suerte de expansión emocional: cada anécdota compartida, cada fragmento de memoria, cada movimiento en el espacio convoca otras voces, otras edades, otros cuerpos. Lo onírico no es aquí una estética, sino una lógica interna.

En escena, Dinora Alfaro interpreta a Sara, uno de los personajes principales. La actriz se permite el juego del desdoblamiento. La vemos encarnar otros cuerpos, otras edades, otras memorias. Su interpretación no se limita a la palabra: hay un trabajo físico sostenido, que se apoya en recursos del teatro físico y la acrobacia. Una caída, un giro, una suspensión en el aire, son también formas de narrar el trauma o la ternura. Junto a ella, Paolo Salinas da vida a su contraparte escénica. Su personaje, lejos de convertirse en espejo, funciona como eco. La actuación de Salinas marca un giro respecto a trabajos anteriores. En este montaje se percibe una búsqueda actoral más contenida, menos ilustrativa, donde la pausa, el silencio y la escucha toman protagonismo. La dirección de Alfaro guía su interpretación hacia una zona menos evidente: lo que el personaje interpretado por Salinas no dice, lo que duda, lo que no termina de pronunciar, es lo que da peso a su presencia.

La escenografía diseñada por Cuevas Álvarez colabora activamente en la construcción de este mundo suspendido. No hay realismo. No hay referencias explícitas al aquí y al ahora. El espacio se organiza a partir de sugerencias: una silla elevada, una maleta, dos estructuras percherso, algunos cubos. Las telas blancas que caen a los costados, al ser iluminadas, se vuelven pantallas para las sombras, los reflejos y las proyecciones. Desde las butacas, el espectador no asiste a un cuarto cerrado, sino a un universo emocional.

Uno de los elementos más destacados del montaje es la manera en que construye una metáfora sin nombrarla. Así-Calados no es una obra sobre la guerra, pero la guerra está presente. Los personajes, en su proceso de despojarse de todo -ropa, maquillaje, miedos-, se enfrentan a fragmentos de su historia donde el conflicto armado dejó marcas. Esas marcas no se exhiben como denuncia, sino como memoria viva. La relación entre el cuidado del cuerpo y la reconstrucción de la memoria colectiva atraviesa toda la obra. Acicalarse, en la obra, no es prepararse para morir, sino un acto de dignidad. El arreglo personal se vuelve resistencia. Peinarse, abotonarse la bata, acomodar los pliegues del vestido son gestos que restauran algo de la humanidad que la violencia ha intentado borrar. La escena, entonces, no representa el final de la vida, sino un modo de continuarla, de hacerla habitable pese a todo.

A lo largo del espectáculo, los personajes oscilan entre el juego, la confesión, la ternura, el extrañamiento. Hay momentos donde se convierten en niños, en adolescentes, en padres, en víctimas o testigos. Este tránsito no se da a través del maquillaje ni del cambio de vestuario, sino desde el gesto actoral y la narración. Esta forma de construir la escena permite que el espectador entre en la obra no solo desde la razón, sino desde la memoria afectiva.

Así-Calados es una experiencia escénica que invita a mirar atrás con una luz encendida. Lo que al inicio parecía un lugar de tránsito hacia el fin, se revela como un espacio para recuperar la voz, el cuerpo y el deseo de seguir. Desde una escena contenida, sensorial y cuidada en sus detalles, la obra construye un espacio donde lo individual y lo colectivo se entretejen. Y en ese cruce de memorias, cuerpos y luces, el teatro vuelve a ser lo que siempre ha sido: un sitio para permanecer, para seguir vivos.